El Ayahuasca como camino evolutivo. Por Alonso del Río

Dentro de todas las maravillosas posibilidades que nos ofrecen las plantas maestras, encontramos que un tema poco tratado es el de la evolución personal de quien las usa.
Muchas personas tienen la creencia de que el graduarse en una profesión u oficio (médico, curandero o cualquier otro) implica el aceptar y practicar principios éticos de alto nivel. La realidad nos muestra que esto no es así389710_105686792902548_44258078_n necesariamente. Una cosa es conocer adecuadamente una técnica curativa y otra es practicarla en beneficio de los demás.
Hace muy pocas décadas que la sociedad occidental empezó a tomar interés por las antiguas tradiciones y sus brebajes sagrados, pero aún está muy lejos de entender todo su potencial y, sobre todo, las complejas relaciones que componen su tejido. Durante el tiempo que viví en la Amazonía fue frecuente escuchar entre las personas que venían de Lima u otras ciudades la siguiente pregunta: ¿No conoces un buen brujo para tomar ayahuasca?
Al principio los miraba con desconcierto, preguntándome: ¿Sabe lo que está hablando? Pero luego comprendía que era su total desinformación la que los hacía hablar de esa manera.
Al poco tiempo de vivir en zonas en donde la gente toma ayahuasca y visita regularmente a un curandero, le queda muy claro a uno que hay dos personajes en la escena: el brujo y el curandero. Esto vale como primera información, pero este mundo es mucho más complejo de lo que aparenta.
Ningún brujo se presenta como tal y a veces –dependiendo de su habilidad para ocultarse– una persona normal tarda mucho tiempo en reconocerlo como tal.
Por otro lado, muchos brujos también curan, lo que introduce en el escenario una tercera categoría: el brujo-curandero.
¿Cuáles son los parámetros éticos que definen a cada quién? Llamo brujo a la persona que solo usa los conocimientos y poderes adquiridos para matar o causar daño. Llamo brujo-curandero a quien usa estos mismos poderes y conocimientos tanto para dañar como para curar a las personas, según la demanda del cliente. Si le pagan para curar, él cura. Si le pagan para dañar, el daña. Llamo curandero a aquella persona que solo se dedica a curar a sus semejantes y que bajo ninguna circunstancia es capaz de generar o devolver ningún daño.

Para regresar al tema principal que nos ocupa haremos la siguiente pregunta: ¿A cuál de estos tres personajes consideraríamos más evolucionado?
La lógica de nuestra ética social prácticamente nos obliga a elegir al tercero, pero nuestra ética individual (aquella que nadie conoce y que nadie ve) a veces no está de acuerdo. Este pequeño impase trae a la realidad la eterna pugna entre “lo que debe ser” y “lo que es”.
Solo muy pocos serán capaces de contradecir públicamente que una persona que no genera o devuelve un daño está éticamente por encima de alguien que sí lo hace. Sin embargo, sin un adecuado marco social que proponga una ética clara y específica para el caso, como mecanismo de control social, muchas personas que reconocen qué es lo correcto pueden sentirse tentados a devolver los golpes a sus legítimos dueños.
La siguiente pregunta: ¿Queremos institucionalizar la venganza como un derecho inalienable? ¿O queremos trascenderla y liberarnos de patrones mentales tan destructivos? Un viejo adagio dice: “El rencor es el veneno que uno toma pensando que así se puede dañar a otro”. La realidad es que a cualquier persona normal le hace un daño muy grande, tanto física como emocionalmente, el alimentar su propio odio y rencor, aunque crea tener la mejor de las justificaciones. Yo lo calificaría simplemente como un mal negocio, una situación donde todos pierden. Si creemos que odiando y devolviéndole el mal vamos a curar la enfermedad y resolver los problemas, estamos totalmente equivocados.
El odio y la venganza es un veneno que hace mal primeramente a quien lo genera. En segundo lugar, la energía destructiva que es lanzada sobre una persona solo puede operar si la persona “abre la puerta”; es decir, si tiene energías (pensamientos) que resuenen con la energía del atacante. Mientras menos emociones negativas seamos capaces de crear y guardar, tanto más difícil les será a otros el molestarnos.
Planteada esta situación básica de las dinámicas energéticas nos queda abordar el tema del camino evolutivo.
Podemos entender la evolución como la transformación gradual de un estado a otro mejor o más perfecto. Por lo tanto, un camino evolutivo es la práctica de los conocimientos que nos pueden llevar a un mejor estado de ser.
Ese mejor estado de existencia lo relacionamos todos con las grandes virtudes del género humano, pero creo que la palabra Amor expresa por consenso la síntesis perfecta de hacia dónde queremos ir como individuos y como sociedad. Sin embargo, para lograr ese mejor estado, lo primero es reconocer que no lo tenemos o que se encuentra en estado incipiente. Si no reconocemos nuestra real situación, nunca seremos capaces de mejorarla.
Una buena herramienta para medir nuestro amor es observar nuestras respuestas ante cada situación de la vida. Podemos responder de tres maneras: tumblr_llwuwqshRF1qbqwc2o1_500De forma injusta, en forma justa y en forma amorosa. La injusticia es darle a los demás menos de lo que les corresponde. La justicia es darle a cada quien lo que le corresponde. El amor es dar a cada uno más de lo que le corresponde.
Dentro de esta lógica, solo nos queda reconocer nuestra encubierta incoherencia, pues por un lado queremos evolucionar, pero por otro, cedemos muy fácilmente a las tentaciones de nuestras tendencias menos altruistas. No creo que se deba ni se pueda obligar a nadie a mejorar, pero sí creo que debemos sincerarnos para llegar a sanos acuerdos.
Aunque no tengamos en todo momento la suficiente energía para reaccionar de la mejor manera, esto no debe afectar ni desacreditar el propósito general ni el rumbo de nuestro camino. Si en alguna situación nuestros condicionamientos nos llevan a obrar de forma injusta, es necesario reconocerlo, pero sin perder de vista cuál es nuestra meta. El punto es no decir una cosa y hacer lo contrario.
¿Queremos contentarnos con ser personas justas o queremos evolucionar hacia el amor? ¿Cuál debe ser la nueva norma social o el nuevo código ético de un curandero de este tiempo?
En la actualidad muchas personas de todo el mundo están cada vez más interesadas en experimentar las plantas maestras, más como una herramienta de autoexploración y crecimiento interior, a la par de resolver problemas físicos.
Mucha gente encuentra respuestas que ninguna religión ni años de terapias psicológicas tradicionales han sido capaces de darles. Gracias a que amplía nuestra capacidad de autoexploración, las plantas maestras y el ayahuasca, concretamente, pueden convertirse en un verdadero camino evolutivo. Un camino en donde el elemento indispensable es la propia sinceridad luchando contra el autoengaño, nuestra verdad contra nuestra mentira.
Si observamos las plantas en las selvas, encontraremos que el éxito de su evolución está en la capacidad de abrirse paso hacia la luz, pues la luz es su alimento. Las plantas compiten arduamente, unas con otras, por tomar la mayor cantidad de luz posible y las que más luz consigan serán las que más alto lleguen.
A pesar que la luz en todas sus manifestaciones es uno de nuestros principales alimentos, el ser humano se pasa la vida compitiendo por las cosas más absurdas e inverosímiles, pero hasta ahora no se ha inscrito un record guiness por la cantidad de luz que alguien puede captar.
Parece que no nos importa realmente competir por eso. La luz es la verdad en nuestras vidas, lo que nos permite ser transparentes. Exponernos a esa luz hace que no podamos tener algo que ocultar.
Las plantas sagradas pueden dar luz, pero también pueden dar oscuridad y confusión. Nos pueden ayudar a evolucionar o nos pueden ayudar a perdernos entre el abuso de poder y la ignorancia. Es realmente una línea muy delgada la que separa una opción de otra, pero lo que nunca debemos olvidar es que la elección es siempre nuestra.
Aún así, la posibilidad de extraviarnos está dada en todas las disciplinas y en todos los caminos; no es exclusiva de las plantas maestras. Es más, creo que las plantas maestras sí tienen una gran ventaja frente a otros caminos evolutivos, pero, justamente, en esa ventaja puede que se esconda su peligro.
La ventaja de la cual hablamos es que pueden mostrarnos en forma contundente e inapelable “realidades” que serían muy difíciles de percibir, generalmente porque no nos conviene verlas o porque están más allá de la conciencia de nuestra mente.
Tenemos la posibilidad de ver las cosas tal cual son, tanto dentro como fuera, lo bueno y lo malo, y el peligro se encuentra en que seamos capaces de ver la parte negativa que debemos cambiar y, sin embargo, no hacer nada. Este es un gran peligro, pues, al igual que un antibiótico mal tomado, crearemos resistencia al desarrollo de la conciencia y entonces la medicina deja de hacer su efecto como tal, deja de tener sentido el tomarla.
Todo se vuelve una farsa.
En síntesis, las plantas nos muestran aquello que debemos cambiar para evolucionar, pero ellas no nos van a cambiar; nosotros tenemos que hacerlo.
Ellas nos muestran el camino, nosotros debemos recorrerlo.
Las plantas maestras son también plantas de poder y el poder no es ni bueno ni malo, es poder, depende de quién lo usa y para qué lo usa. Un bisturí en manos de un médico puede salvar muchas vidas, pero en manos de un delincuente puede hacer mucho daño. Por eso insistimos en que quienes tienen el llamado de compartir estas plantas maestras en ceremonias deben ser personas cuyas vidas estén por encima de todas las bajezas que podemos tener los seres humanos. Debemos construir juntos un nuevo marco social que proponga e impulse una nueva ética para curanderos de un nuevo tiempo.

Alonso del Río. Hombre medicina, cantante y escritor.

 Pueblo Continente. Vol. 23, Nº 1. Trujillo, Perú

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Publicado el 29 diciembre, 2012 en Antropología, Conciencia, Enteógenos, Salud humana. Añade a favoritos el enlace permanente. 3 comentarios.

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